EL LARGO SENDERO DEL TROVO

17.07.2015 14:30

Artículo publicado sobre EL TROVO.  Autor: Joaquín Sánchez "Palmesano" (trovero)

 

EL LARGO SENDERO DEL TROVO

         Si buscáramos descubrir el origen del trovo o cualquier otra práctica similar a la improvisación de versos, sería prácticamente imposible encontrar una fecha aproximada o señalar un lugar concreto de nuestro planeta. Podríamos pensar, incluso, que esta faceta artística se iniciara a partir de que el ser humano comenzara a comunicarse por medio de la palabra y que, al igual que la música pudo nacer a raíz de que la combinación de distintos sonidos realizados por uno o varios elementos produjera  agradables melodías para el oído, se  descubriera también en las frases la composición de la sonoridad de las rimas, a la vez que la estructuración silábica, el ritmo y la belleza de la expresión.

Y si buscamos una explicación retrospectiva de cuando comenzó a practicarse el trovo en nuestra región de Murcia, podemos hacernos muchas cábalas para adivinar el origen aproximado del comienzo de la repentización de versos en estas latitudes.        

Pero avanzando en el tiempo, sí podemos aseverar que en nuestro trovo han podido coincidir a través de los siglos influencias de otras culturas, entre las que se puede contar la de los árabes en la etapa musulmana de la península ibérica a partir del siglo VIII (año 711), hasta finales del siglo XV (año 1492).

Se tiene constancia de que durante el gobierno del Califa musulmán Abd er Rhaman III (912 a 961), los árabes ya practicaban una forma de improvisación de versos en su lengua y que siempre acompañaban con melodías de música árabe, cuando realizaban sus luchas dialécticas populares.

Aunque mayor influencia ha podido tener nuestro trovo de los trovadores y juglares de la Edad Media (entre los siglos XII y XV), que componían sus estrofas a modo de canciones en la lengua de “oc”, cuyo origen data de la Provenza francesa, situada al sur de ese país.

El trovador de esa época era, por lo general, un poeta lírico cuya condición social era elevada y que expresaba sus versos siempre con la misma melodía acompañado con algún instrumento cordófono, utilizando un fino lenguaje para intentar darle belleza a la expresión del mensaje. El primer trovador que se conoce de aquel periodo fue Guillermo de Poitiers, también conocido como Guillermo IX de Aquitania” o “Guillermo el Trovador” (Guillaume le Troubadour).

El juglar era distinto, porque llevaba una vida más ambulante, dedicándose a recitar sus versos con una entonación muy particular, pero no melódica, haciéndolo unas veces con versos memorizados y otras improvisaba utilizando distintos motivos temáticos, pero era un claro ejemplo de la literatura de transmisión oral con carácter folclórico y popular. En algunas ocasiones los juglares también se dedicaban a recitar por distintos lugares las composiciones poéticas de los trovadores.

Y si seguimos avanzando en el tiempo, podemos situarnos a principios del siglo XVII (año 1621), donde aparecen los primeros indicios escritos que hablan de la existencia de los troveros en la comarca del Campo de Cartagena y que ya realizaban sus pugnas dialécticas versificadas e improvisadas en las plazas de los pueblos y caseríos de la zona, sometiéndose a los distintos temas actuales en ese momento. Aunque también tenían por costumbre trovarle cada uno de ellos al pueblo donde habían nacido para ensalzar su patria chica y a sus convecinos. En algunas ocasiones concluían sus intervenciones con alabanzas al sexo femenino del lugar donde participaban.

Las estrofas más usuales de aquella época eran la copla, la cuarteta y la quintilla, siendo ésta última utilizada solamente por los troveros más cualificados, que, de igual manera, eran los que siempre procuraban respetar las reglas de la rima consonante y la medida del verso octosílabo, intentando acoplarse a las normas de la preceptiva literaria de la poesía española. Generalmente, los trovos se cantaban adaptándose a las músicas folclóricas autóctonas de la época, acompañándose con instrumentos cordófonos como la guitarra, el laúd  o la bandurria.  

Pero fue a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando el trovo comenzó a tener más relevancia en esta comarca debido al auge que adquirió la explotación de las minas de la Sierra de Cartagena y La Unión, en el momento en que la economía en general y la agricultura estaba sufriendo una crisis severa, ya que algunos troveros, buscando sus sustento para sobrevivir, acabaron trabajando como mineros.

Y así fue como los troveros y sus improvisaciones comenzaron a volverse mucho más reivindicativos, todo ello debido a las penurias que sufrían dentro y fuera de la mina por culpa del abuso que sufría el obrero por parte del patrono, trabajando duramente bajo tierra desde que amanecía hasta que anochecía y cobrando como sueldo solamente unos vales que podían utilizar exclusivamente para comprar alimentos y enseres en las tiendas que los propios patronos poseían y que les servían para enriquecerse aún más a costa de los tristes mineros.

Por aquellas fechas (1865) nació en La Palma el trovero más laureado de la historia, José María Marín, que con la edad de 13 años tuvo que trasladarse con su familia hasta el pueblo de El Algar, comenzando desde entonces a trabajar en las minas de La Unión. Así fue como este genio de la improvisación se fue uniendo al mundillo del trovo, a pesar de su corta edad, donde comenzó muy pronto a destacar por sus grandes cualidades para la improvisación.

Una anécdota importante es el cómo se incorporó de lleno a este arte, porque dándose la circunstancia de que en esa época para ser trovero había que saber cantarse los propios trovos, Marín intentaba participar recitando sus versos, porque no sabía cantar ni tenía las cualidades mínimas para ello, pero siempre era rechazado por los demás, que le obligaban a que debía ser cantado. Fue entonces cuando a Marín se le ocurrió una idea para que sus trovos también fueran cantados, invitando a uno de los cantaores que asistían a la sesión de trovos, para que éste le cantara sus improvisaciones al tiempo que él, verso a verso, se las iba dictando al oído, siendo aceptado como trovero a partir de ese momento. Así fue como se creó la figura del cantaor del trovo para los troveros que no sabemos cantar y que sigue y seguirá vigente como algo peculiar del trovo de nuestra comarca, comenzando así una nueva y esplendorosa  etapa para el trovo.

Por aquellos años también llegó hasta La Unión, junto con su familia y buscando trabajo en las minas, un jovenzuelo de 12 años de edad, procedente de Pechina (Almería), llamado José Castillo, que en pocos años llegó a conseguir ser un gran trovero alternando con los repentistas de la época y convirtiéndose en uno de los rivales más fuertes que tuvo Marín.

También hubo un gran trovero que se unió a estos dos grandes maestros del arte, que procedía de tierras catalanas y que llegó a afincarse en La Unión, donde trabajó durante varios años y que se llamaba Manuel García Tortosa “El Minero”.

A partir de ese momento, en La Unión, el cante minero y el flamenco se fusionaron, en cierto modo, con el trovo, ya que los troveros aportaron la mayoría de las letras que se cantaban en las distintas modalidades de cantes y que sigue estando vigente en la actualidad.

Posteriormente vendría una época en la que el trovo estuvo a punto de desaparecer, pero gracias a que seguían surgiendo nuevos troveros que habían bebido de las fuentes de los troveros del pasado, el trovo volvió a resurgir en la segunda mitad del siglo XX, llegando hasta finales de ese siglo, que fue cuando se comenzó a conseguir el auge más importante de este arte que llega a la actualidad alcanzando muchas metas y el reconocimiento regional, nacional e internacional.

Y en La Unión el trovo seguirá estando vigente, porque además de estar presente año tras año en sus Festivales Internacionales del Cante de las Minas, al ser esta una tierra que ha dado grandes troveros, como el inolvidable “Conejo II”, ahora va a seguir aportando troveros para la historia que están surgiendo de la “Escuela del Trovo de La Unión”, y ya podemos ver en los escenarios a algunos de esos nuevos troveros y  troveras derramando sus obras improvisadas. Y es que podemos asegurar que La Unión tiene pasado, presente y futuro en el trovo.

Por eso, ahora más que nunca, al trovo todavía le sigue quedando un largo sendero que recorrer y muchas más metas que alcanzar, porque así estaremos logrando que una parte de nuestra cultura autóctona siga viva para continuar sembrando nuevos versos por todas las latitudes del mundo.

 Joaquín Sánchez “Palmesano”